En el número anterior, publicamos el artículo “Las trampas de nuestra mente” que hacía mención a esa característica propia de los seres humanos llamada “sesgos cognitivos”.
Ninguna rama de nuestra sociedad está libre de sesgos, y tampoco lo está el ámbito científico y académico.
En la actualidad los parámetros de pensamiento están en gran medida formados y validados por los pilares de la ciencia moderna. Pero como toda actividad humana, la ciencia hereda nuestros defectos. A pesar de que se continúa puliendo el “método científico”, las dificultades no dejan de aparecer debido a que el mecanismo es mucho más complejo de lo que se cree. Muchas decisiones importantes sobre experimentos que se realizan (y los que no), los análisis de sus resultados, lo que se publica o se guarda en cajones, están basadas en los criterios e interacción de académicos y sus interpretaciones, además de influencias tales como la confianza de las instituciones.
Muchas veces, en pos de la verdad, olvidamos las trampas de nuestra mente. No reconocemos la propia ceguera ante lo obvio, y los sesgos impiden encontrar nuevos caminos, aunque debemos ser justos y decir que también han abierto puertas; tal es el caso de la ley de Hubble-Lemaître (1). Los análisis preliminares (por las limitaciones de la época) no confirmaban su descubrimiento; sin embargo, sin desestimar los resultados negativos que iban en contra de su teoría, Hubble se apoyó en su intuición y sin desconocer las dificultades que presentaba su estudio, continuó con su teoría, logrando un avance importante para la ciencia. Éste es un ejemplo de un caso de sesgo exitoso, pero la gran mayoría no lo son y terminan entorpeciendo el acceso a la objetividad.
Antes de mencionar algunos ejemplos en el terreno de la ciencia y el conocimiento, nombraremos los sesgos más comunes en los que incurren los propios investigadores:
Sesgo de confirmación:
Tendencia a aceptar los datos que confirman nuestras creencias y pensamientos, así como a rechazar aquellos detalles que no las confirman.
Sesgo de ilusión de la validez:
La tendencia a encontrar patrones y pruebas en datos aleatorios y dispersos. Esto lleva además a sobreestimar nuestra capacidad para interpretar información y predecir comportamientos.
Sesgo de comprensión retrospectiva:
Nos lleva a creer que los hechos eran predecibles, pero sólo luego de que ocurrieran. Esto suele modificar los recuerdos y crear la ilusión de que los hechos confirman nuestra opinión.
Sesgo de anclaje:
Tendencia a darle mayor peso a la primera información adquirida con la que posteriormente tomaremos decisiones. Esto se suele ver con las noticias, la primera es la más adoptada, aunque luego sea desmentida.
Sesgo de estereotipo:
Inclinación a descartar lo específico para formar generalidades. Es una herramienta importante para la ciencia, pero su uso desmedido lleva a pasar por alto detalles relevantes.
Es importante aclarar que los sesgos pueden operar de muchas formas y a distintos niveles; a veces, pueden actuar de manera simultánea.
La ciencia ha tendido a centrarse en teorías más que en hechos. Una hipótesis surge como explicación mientras otras se dejan de lado. Nuevas evidencias cuestionadoras suelen ser ignoradas. Esos hechos son llamados “anomalías” porque no encajan en la teoría, y, por ende, son descartadas.
Ejemplos de sesgo cognitivo en la ciencia: “…más antiguos de lo que creemos…”
Además de las narraciones mesopotámicas y de los hebreos, hay varios mitos en diversas culturas que hablan de un diluvio que barrió con la humanidad antes del comienzo de la historia conocida. Sin embargo, estos relatos son tomados como fábulas por la comunidad científica. Pero, ¿hubo realmente algo parecido a un diluvio?… y si así fuera, ¿hubo civilizaciones anteriores a las conocidas?
En 1996 la arqueóloga Jean Steen Mackintyre amenazó con derribar la teoría convencional de que el ser humano es relativamente nuevo en la tierra y que llegó a Siberia hace 30 mil años y hace 20 mil años, a América. Trabajando en Méjico, la arqueóloga descubrió herramientas y huesos humanos a los que sometió a un sinfín de pruebas científicas. Pensó que sus descubrimientos eran aproximadamente de hace 20 mil años, pero los resultados fueron otros. Los restos hallados datan de más de 250 mil años. Decidió seguir adelante con sus investigaciones. A partir de allí, la carrera de Steen Mackintyre se fue a pique y perdió todas sus oportunidades académicas. No fue hasta luego de 30 años que sus hallazgos tomaron relevancia, cuando se descubrieron en Siberia restos humanos de hace 300 mil años.
Eventos como éstos han ocurrido incontables veces en la historia, y ocurren con normalidad y casi automáticamente en la comunidad científica: cuando una evidencia difiere de la teoría predominante, no se habla de ella ni se enseña ni se muestra.
Igual de controversial es la ciudad de Tiahuanaco en Bolivia. Su datación habla de entre 12 mil y 17 mil años, pero ese resultado haría replantear todos los conocimientos que se tienen acerca de nuestra historia. Por supuesto que cualquier investigación al respecto quedó sesgada, pero la evidencia está allí.
Existen muchísimos ejemplos similares en todas las ramas del conocimiento.
¿Qué nos sucedería como civilización, sociedad e individuos si pudiéramos quitar el velo que imponen los sesgos cognitivos? ¿Cuántas verdades objetivas seríamos capaces de percibir y reconocer? Parece una realidad que está fuera de nuestro alcance; aunque, lo último que se pierde es la esperanza.
MG
(1) Ley de Huble-Lemaître: es una ley de la física que establece que el corrimiento al rojo de una galaxia es proporcional a la distancia a la que está, lo que es lo mismo que expresar que cuanto más lejos se encuentra una galaxia de otra, más rápidamente aparenta alejarse con respecto a ella. Además, es uno de los principales métodos actuales para contar la edad en el universo.
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