Mujeres aguerridas son aquéllas que parecen estar buscando algo que se les perdió. No son pocas, aunque tampoco muchas; pero son todas ésas que, movidas por una intención inquebrantable, dejan un surco aleccionador o un estandarte que marca camino a seguir. Una de ellas fue una periodista de pura sangre, una voz influyente de su tiempo, una empresaria, una figura pública que atravesó casi cinco décadas de una Argentina turbulenta. Se trata de Paloma Efron, más conocida como Blackie. El sobrenombre surge porque le interesó bucear en la riqueza de la cultura negra de los EE.UU., en tiempos de la gran crisis.
Nació en 1912, en Lucienville, una colonia judía de Basavilbaso, Entre Ríos. Fue la menor de cinco hermanos de una familia de inmigrantes de Europa del este. Aprendió pronto a leer y a escribir, también a tocar el piano y a cantar. Tenía cinco años cuando la familia se trasladó a la Capital, donde creció en un marco de absoluta libertad cultural y religiosa.
En 1937 viaja hacia Mississippi, el corazón del jazz, de donde regresa influida por el estímulo del arte, el discurso intelectual y la discusión por los derechos de las minorías… y muy alejada de pensar que el destino de la mujer está en casarse “bien” y tener hijos.
Tuvo un amor: Carlos Olivari, diez años más que ella; periodista del diario Crítica y uno de los guionistas más solicitados y exitosos del teatro y el cine nacionales, como también afecto a las estridentes salidas nocturnas. Semicalvo, buen mozo, carismático, mujeriego empedernido, Olivari descubrió a Paloma desde la platea del Maipo, cuando ella integraba el elenco de la revista de Pepe Arias. Acompañado por alguna de sus muchachas de turno, Carlitos empezó a ir todas las noches, pero lo único que encontraba era el desdén de ella. Insistió tanto, que al final encontró una respuesta: -“¿Así que usted quiere salir conmigo? Usted me gusta, así que cuando sea libre, llámeme”-. Aunque indignado por tanta presunción, veinte días después, el portero del teatro llevó un canasto lleno de flores al camarín de Paloma. En el centro del arreglo floral, una tarjetita y dos palabras: “Ya está”.
Estuvieron juntos diez años. Llevaron una vida colmada de intensidad y enfrentamientos. Por las mañanas, una vez que ella ya se había ido a trabajar, los vecinos lo veían bajar en bata hasta el bar para tomarse el indispensable café negro. Ella, por su parte, era la imagen viva del rigor y del orden.
Los años que duró su matrimonio fueron los de su consolidación en el mundo del espectáculo. Su vida en pareja fue un tormento afectivo, pero una etapa rica en su realización profesional. Fue durante esos años que nació su carrera como periodista gráfica.
Cerca de los cuarenta, sin grandes atributos de belleza porque, según ella misma se describe: -“Yo no era linda, eso era para las Eddy Lamar, Mirtha Legrand, Zully Moreno y un montón de chicas que se llamaban Nelly. Yo era muy corta de vista, tenía boca de buzón, un cuerpo huesudo…”-, se avecinaba el tiempo de un renacimiento.
Estaba sola, las personas que más amaba, las que más la necesitaban, ya habían muerto. Fue entonces que eligió llenar sus días trabajando sin parar. La vida de familia no era para ella; su destino iba a estar siempre junto a un micrófono o en un set de televisión. Entonces, nació la última versión de Blackie, la más recordada, la imagen más representativa. La que buscó entretener, cultivar y hacer hablar a un país. La inventora de los livings de televisión, de los programas políticos por TV como “Derecho a réplica”, de los concursos de preguntas y respuestas como “Odol pregunta”. La productora de “Yo me quiero casar, ¿y Ud.?”, la madrina de Karadajian y sus “Titanes en el ring”, etc. Se iniciaba el tiempo de la Blackie de voz de tabaco, la de la risa de horas y horas de radio… En la tele arrancó como cantante en Tropicana al principio, luego como productora y en 1952 como directora general. Ahí apareció la Blackie de pantalones y alpargatas para la producción dura y la de los trajecitos y la bijou sonora para salir al aire o asistir a los cócteles, en donde siempre estaba atenta al socio capitalista que podría ser el alma económica de su próxima producción. Así surgió la gran productora de programas para las amas de casa, defensora a ultranza de los derechos femeninos: “-Una mujer debe tener los mismos atributos del hombre, debe ser antes que nada inteligente, debe tener ideas, ser comunicativa. Si es bonita, mejor. Ojo, no me gustan las que usan la seducción para conseguir algo; la seducción es un arma artera…”
Murió el 3 de septiembre de 1977, cuando parecía recuperarse de una cirugía de urgencia a raíz de unas úlceras. Parecía una anciana, pero apenas tenía 64 años. Blackie debe ser la única mujer del ambiente que buscaba sumarse años, en lugar de restarlos. Aunque las nuevas generaciones saben poco de su historia, su rostro es uno de los que puede verse desde 2009 en las paredes del Salón de la Mujer de la Casa Rosada, donde comparte cartel con Juana Azurduy, Tita Merello, Eva Perón y Alicia Moreau de Justo, entre otras grandes de la historia, la política y el espectáculo. Entre otros homenajes se destacan la plazoleta en Buenos Aires que lleva su nombre desde junio de 1997 y la “Rotonda de Comunicadores Sociales”, en su Basavilbaso natal. No obstante, me atrevo a decir que no han sido éstos los objetivos que la inspiraban, eso queda afuera. Es otra la dirección que incumbe a los que buscan irse completando, pero por adentro.
AMP.
Fuente: Blackie, la dama que hizo hablar al país (Capital Intelectual), Diario Página 12, diciembre 2012 – Diario La Nación, 3-IX-2020.
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